Para llegar a realizar una buena reflexión y comprensión de esta palabra es de mucha importancia partir del mismo contexto en el que está Jesús en ese momento. Momento de dolor, de sufrimiento y de desolación que en labios del Evangelista san Lucas, Jesús estaba siendo crucificado en medio de dos malhechores. Un Jesús que a pesar de estar desgastado y desfigurado, ya sin aspecto de hombre, y más aún siendo despreciado y rechazado, clama y pide al Abba, Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. Palabras que salen de lo más profundo e íntimo de Jesús, palabras de misericordia y de compasión por todos nosotros, palabras que se vuelven para mi persona, la última súplica o plegaria de amor de Jesús, como Hijo, para con su ¡Padre! Les pregunto a ustedes hoy pleno siglo XXI, a pesar de estar el mundo hoy como está ¿Qué padre no escucha el clamor de un hijo cuando sufre, cuando llora, cuando le habla con el corazón, con sus entrañas?
Ésta misma plegaría de Jesús habla y da testimonio por sí sola, de aquello que una vez le preguntó Pedro ¿Maestro, cuántas veces tengo que perdonar hasta siete veces? Y qué le responde Jesús: No hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete, es decir, siempre, en todo momento, en toda circunstancia de nuestra vida hay que perdonar: en el sufrimiento, en la alegría, en la desolación en el júbilo. Eso es lo que todos los Evangelios siempre nos muestran de la vida pública de Jesús, aquello que lo caracterizó hasta su última hora ¡La obediencia, el amor y el perdón! Pero en esta oportunidad, sólo tendremos en cuenta en lo se centra el sermón de esta palabra, ¡Amor y perdón! Ustedes hoy se podrían preguntar ¿Por qué también del amor si sólo aparece la palabra perdón? A lo que yo humildemente les respondo, porque una persona que no ama, no perdona, rara y mentirosa, tengo el atrevimiento de decir, la persona que sienta y diga que ha perdonado a alguien, si mucho antes no la ha amado.
Palabra que en esta oportunidad, nos revela una vez más la fuerte y profunda intimidad de Jesús con su Padre y del Padre con su hijo amado. Un solo amor que los une, tan pero tan grande que va más allá de toda frontera, un amor que no es castigador, ni mucho menos rencoroso, ni vengativo. Es totalmente lo contrario, como nos lo revela el salmo 102: es compasivo, misericordioso y fiel y leal… Es en éste amor en el que está sumergido y anclado el clamor de Jesús hoy ¡¡Padre perdónalos porque no saben lo que hacen!! Clamor de un amor inagotable que a pesar de haber sido humillado, triturado y desfigurado corporalmente, no dejo pasar la oportunidad hasta el último instante de su muerte de orar al Padre por aquellos que Él mismo le había confiado. Aquellos que un día como el que vivimos el pasado Domingo de Ramos, lo aclamábamos como Rey y Salvador y que hoy Viernes Santo, como en ese tiempo, conmemoramos su crucifixión y muerte porque somos infieles en corresponder a su amor, por dejarnos seducir de las cosas efímeras que el mundo nos presenta y que como esclavos del pecado, nos conlleva a desconocer, a ser mudos y sordos a la voluntad Divina.
En consecuencia a esto, Jesús asume hoy con prudencia, amor y misericordia el enceguecimiento de nosotros, convirtiéndose así como el Cordero que se inmola por la salvación del mundo entero porque Él aguarda y confía en nosotros.
Hoy no podemos perder la paciencia, ni el ánimo, ni la serenidad ante determinadas circunstancias de la vida. Porque sabemos en quien hemos puesto nuestra confianza. El Sol de la Justicia, que es Cristo, resplandece, blanco y reluciente, desde la cruz para dar nuevo brillo a todas las cosas. Ahí está: el Cristo de la Luz. La vieja miseria del hombre es siempre la misma. La novedad de la salvación resulta siempre sorprendente:
¡Padre, perdónalos!- ¡Invocación admirable! ¡Oración increíble!
Jesús siempre ha estado y estará en conversación íntima con el Padre. Hoy habla de nuevo con su Padre intercediendo por nosotros. A ese Padre infinitamente bueno, Jesús le encomienda que nos perdone. Sabe que lo hará. Y, como si no le bastara la infinita bondad del Padre, añade a su petición una razón un tanto misteriosa: “no saben lo que hacen”.
Hoy la Iglesia, quien Cristo le ha revelado el misterio del perdón, nos invita a sus hijos a no devolver nunca mal por mal, a perdonar siempre. A ser testimonios y “héroes del perdón” a ser anunciadores y los mártires por el anuncio del Reino.
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